Raul yepez on Fri, 12 Dec 2003 18:08:03 +0100 (CET) |
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[nettime-lat] La herencia a recuperar y lo deshechable de la experiencia de laizquierda |
REFERANCIA: http://www.revistarebeldia.org/revistas/001/art08.html ===================================================== La herencia a recuperar y lo deshechable de la experiencia de la izquierda Por Raúl Jardón Desde hace casi una década, existe y se ha desarrollado al seno del Partido de la Revolución Democrática (PRD), de muchas agrupaciones sociales, organizaciones no gubernamentales y entre los simpatizantes del zapatismo la tendencia a despreciar, negar y tratar de evitar todo lo que tenga que ver con la experiencia de lo que se llama despectivamente "la vieja" izquierda. En el caso del perredismo tal tendencia es desaforada y lógica, ya que sus principales dirigentes, hayan pertenecido o no a esa "vieja" izquierda, están empeñados en negar todo lo que "huela" a revolucionario o radical, para sustituirlo por una mentalidad institucional que encauce a sus afiliados y simpatizantes sinceros y honestos en una lucha que no rebase los marcos del sistema, y que los lleve a aceptar como naturales los fenómenos de arribismo y luchas por el poder que imperan en ese partido. En el caso de muchas organizaciones sociales, el rechazo a la experiencia de la "vieja" izquierda se nutre de una fuente positiva: el rechazo de las prácticas de aquella izquierda que las usó, en muchos casos, como simples "correas de transmisión" de las líneas y órdenes de los partidos y organizaciones que se auto-concebían como "la vanguardia". Pero también tiene una fuente negativa: la necesidad de mantener el clientelismo y neo-corporativismo que se han extendido, dominando las prácticas de esas organizaciones. Por lo que se refiere a las organizaciones no gubernamentales, la negación de las experiencias de la "vieja" izquierda emana tanto de su propio carácter monotemático (que las lleva a tener dificultades para aceptar que hay luchas y objetivos generales que van más allá de lo que ha suscitado el interés y necesidad de agruparse de sus integrantes), como también del tipo de ciudadanos que se incorpora a ellas, que o bien están obsesionados sinceramente en resolver ese problema particular o conciben su actividad como una causa con la cual llenar su tiempo libre. Entre los simpatizantes del zapatismo, la tendencia al olvido de la experiencia de la "vieja" izquierda se basa en aspiraciones correctas, pero también en interpretaciones incorrectas. Entre las primeras cabe citar la sana intención de crear algo nuevo, que supere los vicios de lo anterior; el rechazo a todo tipo de autoritarismo y vanguardismo y la búsqueda de una nueva identidad. Entre las segundas, hay que señalar un fenómeno que surge después de cada movimiento popular que concita la voluntad de cambio de la gente, y que consiste en creer que con ese movimiento ha comenzado realmente la historia y que del pasado ya no hay casi nada que aprender. Esto ocurrió destacadamente con la revolución bolchevique en Rusia, con la revolución cubana, etcétera, y ocurre también con el levantamiento zapatista. Partiendo de tal situación, el propósito de este artículo es difundir las experiencias útiles que nos han dejado como herencia las generaciones de luchadores de izquierda respecto a lo que es la militancia política y social, así como señalar sus graves desviaciones y errores pues, por desgracia, es frecuente que conciente o inconcientemente, tanto en la base del PRD como en las organizaciones sociales y de derechos humanos y entre los simpatizantes zapatistas, repitamos los últimos sin saberlo siquiera, mientras que no conocemos ni aprovechamos lo aprovechable de las experiencias útiles. ¿Quién era un militante de izquierda? Desde el surgimiento de los grupos anarcosindicalistas y socialistas en México, en la acción del Partido Liberal Mexicano de los hermanos Flores Magón, con el nacimiento del Partido Comunista Mexicano en 1919 y unos años después de los grupos trotskistas; en la década de los 70, con la irrupción de los grupos guerrilleros y de las corrientes maoístas, y aún hasta los primeros años de la participación legal de algunos partidos de izquierda en las elecciones, las generaciones de militantes que dieron su vida, fueron a la cárcel, crearon organizaciones y destacaron en las luchas populares tuvieron una cosa en común: la gran mayoría de ellos (porque no hay que negar que también hubo muchos oportunistas, individuos sedientos de poder, etcétera) concebían su militancia revolucionaria no como un pasatiempo intelectual, ni como sólo una parte de su vida, sino que para ellos la lucha por transformar el mundo era el objetivo central de su vida, el ideal al que se dedicaban no sólo en la actividad política, sino al que tenía que corresponder su vida familiar, su conducta en el trabajo, su actitud ante los compañeros y amigos y la gente en general. El militante de izquierda aspiraba (no digo que todos lo lograran, ni que todos se empeñaran lo suficiente en ello) a serlo no simplemente en el seno de la organización a la que pertenecía, sino en todos los aspectos de su vida sin esperar (en la gran mayoría de los casos) recompensa alguna. Ello explica por qué las organizaciones, e incluso pequeños grupos de izquierda, lograban sobrevivir y desarrollarse aún en los periodos de fuerte represión y en los años en que, por las circunstancias socioeconómicas, estuvieron aislados de las masas populares. Había una mística revolucionaria que hacía que siempre hubiera un militante que era la semilla de la cual surgía un nuevo grupo de base de tal o cual organización cuando el anterior desaparecía, ya sea bajo los golpes de la represión o de las deserciones por el desencanto de otros que abandonaban la militancia. El militante que, por cambiar de trabajo o lugar de residencia, se alejaba de su organismo de base casi siempre sentía la necesidad vital de formar otro en su nueva zona de residencia o de labores. No es casualidad que en la izquierda se empleara el término militar de reclutamiento para referirse a la tarea de conseguir nuevos militantes para una organización. Para ser militante no bastaba tener una simpatía general con la causa o una identificación emotiva con ella; para los compañeros con esas motivaciones existía la categoría de simpatizantes o los "grupos amplios" en los que influía tal o cual organización. El militante, para ser admitido como tal, tenía que conocer más o menos con profundidad y estar de acuerdo con los documentos básicos de la organización y aceptar sus normas organizativas, cosas fundamentales para que los militantes tuvieran una identidad común y una vinculación solidaria entre ellos. El espíritu de entrega de los militantes se veía fortalecido, además, por el ejemplo de la mayoría de los dirigentes de las organizaciones de izquierda (aunque, insisto, también hubo muchos casos de autoritarismo y de buscadores de privilegios personales), que se sacrificaban siendo revolucionarios profesionales y recibían de la organización ingresos miserables que casi nunca alcanzaban para vivir dignamente. La mayoría de los integrantes de varias generaciones de líderes destacados no cayeron en los intentos de corrupción gubernamental. Habiendo podido hacerse ricos u obtenido posiciones de poder, vivieron siempre modesta o pobremente, y así murieron. Nada que ver con la imagen actual de algunos líderes del PRD que antes fueron dirigentes de la izquierda. Encontramos importantes ejemplos concretos del espíritu de entrega de militantes de base y dirigentes: en la década de los 70 con las decenas de militantes maoístas que abandonaron las comodidades y posibilidades de ascenso social de sus escuelas o trabajos, para dedicarse a hacer labor con los campesinos y en los movimientos urbanos; los trotskistas que hicieron lo mismo para convertirse temporalmente en obreros; las varias generaciones de militantes comunistas que fueron despedidos de sus trabajos, una y otra vez, y eran anotados en listas negras patronales al ser descubiertos haciendo labores de propaganda y organización partidaria o sindical. Sin embargo, esa mística revolucionaria también tuvo sus rasgos negativos cuando un militante sentía ser el "iluminado" poseedor de la verdad, al que el resto de la gente no era capaz de comprender lo que, lejos de acercarlo a esa gente, lo aislaba o, peor aún, lo hacía creer que esa gente debía ser sólo un instrumento para lograr los objetivos de la organización a la que él perteneciera. Por otro lado, el requisito de estar de acuerdo con los documentos básicos y normas organizativas llevaba, muchas veces, a sectores importantes de las organizaciones a tener una actitud acrítica o seguidista hacia los dirigentes que dictaban la línea de la organización. Sin embargo, sobre todo a partir de la década de los 60, prácticamente en todas las organizaciones de izquierda fue disminuyendo o desapareciendo tal actitud, para ser sustituida por el convencimiento de mayores grupos de militantes de que la adopción sincera de una identidad colectiva no debía llevar a aceptar lo que decía o escribía un dirigente, por ejemplar o brillante que fuera personalmente, sino que se podían tener diferencias, incluso profundas, con los documentos o línea de la organización, siempre y cuando se expresaran pública y honestamente en el seno de la organización misma. También en el terreno de la disciplina de los militantes hubo sombras y luces. Durante mucho tiempo, en la mayoría de las organizaciones los militantes, por su disposición a la lucha y espíritu de entrega a la causa, consideraron que era su deber realizar cualquier tarea que se acordara o se les encomendara, aunque no estuvieran preparados para ella o hubieran sostenido opiniones contrarias a realizarla; lo que terminaba reduciendo la eficacia del trabajo y generando inconformidades. Esta disciplina, que rayaba en lo estrictamente militar, fue poco a poco siendo sustituida, al menos en buena parte de las organizaciones y militancias, por una verdadera aplicación de lo que se llamaba la disciplina conciente. Es decir, el acordar las tareas en discusiones democráticas, sin imposiciones o presiones morales, y buscando que las tareas se adaptasen a las capacidades de los militantes. Además, en algunos casos, se exentaba a los militantes que no estaban de acuerdo con una decisión de hacer las tareas para llevarla a cabo, siempre y cuando no actuaran por su cuenta en contra de esa decisión. Por mucho tiempo, la militancia en organizaciones de izquierda se realizó en condiciones de semiclandestinidad (realizando actividades que no eran ilegales, pero que no eran permitidas por el gobierno) o de clandestinidad y esto imprimía un sello distinto a lo que sucede ahora en términos generales. Pero, como la represión focalizada o selectiva sigue existiendo, cabe recordar, también como experiencia, que los militantes de izquierda asumían que su actuación era éticamente correcta por servir a los intereses del pueblo. Por ello, en la mayoría de los casos, la fuerza de sus convicciones les permitía al ser detenidos por las fuerzas represivas resistir las torturas y no revelar lo que pudiera dañar a sus compañeros u organizaciones, pero, al mismo tiempo, nunca negaban lo que hubieran hecho personalmente y trataban de usar sus comparecencias judiciales públicas para hacer propaganda para su organización o el movimiento popular en el cual hubieran participado (que además era uno de los pocos momentos en que tales expresiones lograban aparecer en algunos medios de comunicación). Este es el panorama en la situación actual: En la base del PRD, la aplastante mayoría de sus integrantes son afiliados que sólo se asumen como miembros de su partido en las manifestaciones, mítines, a la hora de votar o, cuando mucho, en luchas concretas que les atañen directamente. En el caso de las organizaciones sociales, mucha gente participa únicamente para tratar de obtener una demanda personal, familiar o de grupo (aunque sea legítima). Mucha gente pertenece hoy a una organización no gubernamental con el mismo espíritu de buena voluntad, pero parcial, con que antes se participaba en un grupo caritativo. También vemos cómo muchos simpatizantes del zapatismo sólo actúan en los momentos más graves o cuando el EZLN lanza alguna iniciativa. En esta situación, bien vale la pena hacer esfuerzos por recuperar la herencia positiva, desechando lo negativo, de lo que era el militante de la izquierda, que lo era de tiempo completo no porque se dedicara todo el tiempo a la lucha política y social o al "activismo", sino porque trataba de dedicar todo lo que hacía en su vida a construir un mundo nuevo; recuperar críticamente el espíritu del militante que ponía su convicción de dedicar su vida a una causa por delante de sus intereses personales, profesionales e incluso familiares. ¿Suena demasiado utópico? Pasemos a examinar algunas experiencias de cómo se realizaba la militancia. ¿Dónde y cómo se militaba? Un factor clave que explica el por qué la izquierda sobrevivió no únicamente a la represión y los periodos de aislamiento social, sino también a sus propios errores mayúsculos y desviaciones profundas, es que todas las organizaciones que la compusieron trataron de que la militancia de sus integrantes se realizara en colectivos de base (llamados células, círculos de estudio, comités, etcétera), que estuvieran enraizados en la sociedad. Se buscaba que esos organismos de base se crearan y trabajaran en sectores sociales, laborales o de estudios en los que, la relativa homogeneidad de problemas e intereses de la comunidad, a mediano y largo plazos propiciaran la existencia de un sentido de colectividad, demandas comunes y el surgimiento y existencia de luchas más allá de lo coyuntural. Esta dependencia y ligazón con una base social hacía que los organismos de base más sólidos y permanentes de las organizaciones de izquierda estuvieran ubicados en los centros de trabajo o estudio y entre los campesinos, y que fueran más inestables aquéllos de carácter puramente territorial (barrios, colonias, etcétera) o de profesionistas que tenían nexos comunitarios más endebles por la diversidad de intereses, problemas y estilos de vida de esos sectores. Los organismos de base tenían una vida propia y facilitaban la formación política concreta de sus integrantes que, para ser eficaces en su labor, tenían que tomar los documentos básicos y línea política de la organización sólo como guías de principios y orientaciones generales, con los cuales debían elaborar la política e iniciativas concretas que correspondieran a las inquietudes, problemas y demandas de la gente del sector en el que actuaban. Así, la discusión colectiva cotidiana en esos organismos no se limitaba a los planteamientos que se hicieran desde las dirigencias de las organizaciones, sino que tenía que ver fundamentalmente con lo que había que hacer para organizar a la gente e impulsar sus movimientos y luchas en donde no existían, o con lo que había que hacer en las organizaciones y movimientos sociales ya existentes. Esas discusiones en los organismos de base influían, en mayor o menor medida, en los cambios en la línea general de las organizaciones, pues las experiencias con gente y luchas concretas tarde o temprano eran contrastadas por los militantes con los postulados de los documentos básicos y la línea que planteaban sus dirigentes. Al mismo tiempo, los militantes intentaban transmitir a la gente y a los movimientos las experiencias y conclusiones generales que la organización había sacado del estudio y discusión de la situación nacional e internacional y del desarrollo de las luchas populares. Así, las organizaciones que mejor supieron establecer una relación dialéctica entre los planteamientos surgidos de sus organismos de base partiendo de su experiencia y las elaboraciones generales hechas por la organización en su conjunto fueron las que más lograron avanzar. Por el contrario, aquéllas en las que predominó el apego doctrinario a los programas o líneas, aunque no correspondieran a la realidad social, o bien el querer hacer la suma de demandas concretas de los diversos sectores en que actuaban sus militantes, sin encontrar las conclusiones generalizadoras que promovieran la confluencia de los movimientos y luchas en torrentes unitarios contra el sistema, quedaban en el estancamiento o desaparecían. Dentro de las organizaciones de izquierda, el estudio de los problemas políticos, económicos y sociales era fundamental para sus militantes, pero hay que decir que en los casos de las que más desarrollo político lograron, ello se debió no tanto a los cursos, escuelas de cuadros o talleres organizados centralmente por tal o cual nivel de dirección (que, sin embargo, jugaron un papel importante), sino a la necesidad de estudiar y formarse políticamente que surgía en cada militante y en cada organismo de base. Era considerada como una tarea indispensable, por un lado, para conocer los aspectos teóricos que fundamentaban la posibilidad de otro tipo de sociedad que daba sentido a su vida y, por el otro, para responder a los problemas que les planteaba, individual y colectivamente, su actividad concreta. Hay que decir que en ninguna fuerza política de izquierda se logró organizar un estudio sistemático y permanente, ni obtener un nivel político homogéneo de todos sus militantes. Sin embargo, las que más avanzaron fueron aquéllas en las que los temas a estudiar surgían, por un lado, de las necesidades concretas de la lucha, planteadas desde la base militante, y, por el otro, por la inquietud, por las ansias de saber teórico de los militantes, acertadamente captadas por las dirigencias para organizar cursos, editar libros y folletos, etcétera. Estas características de los militantes y de sus organismos de base fueron esenciales para que diversas organizaciones de izquierda se colocaran al frente de los principales movimientos populares ocurridos en México: desde la formación o democratización de centenas de sindicatos y la creación de las ligas de comunidades agrarias en los años 30; los movimientos magisterial y ferrocarrilero entre 1956 y 1959; la oleada de invasiones campesinas de tierras en la primera mitad de los años 60; etcétera. Incluso en el movimiento estudiantil de 1968, en el cual la mayoría de los integrantes del Consejo Nacional de Huelga eran estudiantes sin experiencia política previa, los principales y más respetados dirigentes eran o habían sido antes miembros de organizaciones de izquierda. Algo similar ocurrió con algunos de los dirigentes de las organizaciones de damnificados luego de los sismos de 1985. Contra lo que constituye la "leyenda negra de la vieja izquierda", hay que decir que en la gran mayoría de los casos en que militantes de sus organizaciones se convirtieron en líderes de un movimiento u organización social, ello no ocurrió por simples maniobras o apetitos de poder (que, sin embargo, también existieron), sino porque su honestidad, entrega a la lucha y la capacidad y experiencia políticas que adquirían los hacia destacar y, aunque a veces no quisieran, la gente no aceptaba (como no acepta ahora) que alguien no diera la cara poniéndose al frente cuando la situación lo exigía. Cabe recordar que en ese entonces ser dirigente de un movimiento, organización social o partidista no traía aparejadas las dulces mieles del poder o de la fama, sino el riesgo de ser el primero en sufrir la represión. Es cierto que hubo líderes de izquierda en los movimientos y organizaciones sociales que se aferraron al poder o lo usaron para mal, pero la mayoría de los militantes de izquierda llevados por la gente al papel de dirigentes sabían someterse a las decisiones democráticas de sus bases y asumían su papel como una grave responsabilidad que tenían que cumplir, más que como una oportunidad de protagonismo. Quizá el aspecto de la "leyenda negra de la vieja izquierda" que tiene más bases reales es la tendencia de sus organizaciones al sectarismo y los pleitos canibalescos entre ellas. Esa tendencia se alimentaba, por un lado, del papel de vanguardia que se atribuía a sí misma cada organización y, por el otro, de la tendencia de los militantes a llevar al extremo sus convicciones sinceras de tener la razón, convirtiéndolas en actitudes autosuficientes de desprecio hacia los militantes de otras organizaciones. Además, por supuesto, el que las organizaciones de izquierda y sus militantes se hacían eco de los grandes debates entre sus respectivos referentes internacionales. No obstante, hay que decir que aún cuando se enfrentaban entre sí, los grupos de izquierda generalmente se unían en los momentos más difíciles de la lucha y que, a partir de la década de los 70, fue creciendo la tendencia unitaria en frentes, coordinadoras y hasta la fusión de organizaciones. Hoy, cuando el vanguardismo va en retroceso, se siguen repitiendo los fenómenos sectarios producto de la creencia sincera de los integrantes de organizaciones de todo tipo de que su línea y actividad son las justas. Si avanzamos en el camino de hacer más militante nuestra vida y actividad, hay que evitar que tales fenómenos se acrecienten y lograr que el fortalecimiento de una identidad propia no signifique ni aislamiento respecto a la gente, ni sectarismo autosuficiente. Otro aspecto destacado de la militancia en la izquierda era que la penuria económica que padecían y las tareas concretas que se planteaban para cada organismo de base, hacía que los militantes tuvieran muy claro que era de ellos de quienes dependía el sostenimiento de su organización y de sus actividades. Es cierto que se hacían, en algunos casos incluso mejor y más sistemáticamente que hoy, campañas económicas, ventas de bonos o boteos, e incluso se tenían redes de simpatizantes que donaban dinero a las organizaciones, pero el militante sabía que no tendría un respaldo moral firme para pedir dinero a la gente, si él mismo no lo aportaba. La actividad permanente de cada organismo de base hacía que no se pudiera esperar el apoyo económico o la propaganda de los órganos de dirección, sino que había que bastarse con los propios medios para el trabajo político y, además, aportar al sostenimiento general de la organización. Así, hubo organizaciones en las que cada militante aportaba como cuota un porcentaje fijo de sus ingresos, y sólo los desempleados y los estudiantes se fijaban a sí mismos cuotas mínimas. Pese a todo lo anterior, hay que reconocer que la militancia en la izquierda sufrió los efectos de la convicción de cada organización de ser, o de aspirar a convertirse en, la vanguardia, encargada de dirigir al pueblo por poseer la verdad revolucionaria. Esto llevó, muchas veces, a tratar a las organizaciones sociales como simples correas de transmisión de las órdenes del partido revolucionario o a tratar de que los movimientos populares se encaminaran por la línea trazada por X o Z organización de izquierda. Sin embargo, hay que decir que esa conducta no fue absoluta y que fue perdiendo terreno, conforme los movimientos sociales alcanzaban madurez propia y los militantes ganaban experiencia. ¿Qué hay que rescatar de la "vieja" izquierda? Una de las funciones muy importantes que cumplieron las organizaciones de la izquierda durante décadas, y que se interrumpió con la desaparición de algunas para disolverse en el seno del PRD, con la conversión de otras en grupúsculos sin mayor peso, etcétera, fue el ser el vehículo para la transmisión de la experiencia histórica no sólo de ellas, sino de los movimientos de masas populares que abrieron el camino a los muy relativos, pero reales, cambios que hoy nos permiten actuar públicamente con libertades más amplias de las que tuvieron las generaciones anteriores de luchadores políticos y sociales. Hoy tal vez sólo el zapatismo puede plantearse en serio retomar la tarea de recuperar y transmitir a la sociedad lo positivo de la experiencia de la izquierda y los combates populares del pasado, para tomar lo que es útil de ella y para no repetir sus errores, que al ser desconocidos a veces parecen cosas nuevas. Cuando vemos que en todo tipo de organizaciones, incluidas las nuestras, más que militantes que hayan decidido consagrar su vida a la lucha tenemos compañeros bien intencionados, pero para los que la lucha es sólo un aspecto, mayor o menor, de su existencia. Cuando vemos que los organismos de base de las organizaciones sociales o políticas son más bien clubes para ocupar el tiempo libre o promover intereses particulares, y en las nuestras parecemos no encontrar qué hacer sistemática y permanentemente. Cuando vemos que en todo tipo de organizaciones democráticas o de izquierda, incluidas las nuestras, se está esperando no sólo la línea sino hasta la propaganda que viene de arriba y no consideramos que es nuestro deber sostener económicamente nuestro propio trabajo político. Cuando vemos todo esto, vale la pena volver los ojos no sólo al ejemplo de los compañeros del EZLN, sino también a la experiencia de la izquierda, cuyos militantes, por cierto, fueron más permanentes en la lucha que muchos de los que en apenas ocho años han constituido generaciones de muy corta duración de simpatizantes zapatistas, precisamente porque no se ha encontrado el modo de consolidarlas ofreciéndoles un espacio en el que vean satisfechas sus aspiraciones rebeldes. Para ser militante hay que tener una convicción ideológica profunda y ello implica la costumbre arraigada de estudiar y discutir; de hacer trabajo político no sólo en la organización, sino en todas partes; de no conformarse con hacer tareas dirigidas a convencer a la sociedad, sino de construir organismos de base que estén arraigados y formen parte de un sector concreto de esa sociedad; tener el espíritu de participar, modesta o destacadamente, según lo dicten las circunstancias, en todo movimiento que esté en nuestro entorno o que podamos ayudar a crear, y un largo etcétera que hay que ir construyendo y que depende de nosotros mismos. Una organización de militantes tiene que tener una firme identidad propia que sientan suya todos los que la forman y una solidaridad que hermane a todos los integrantes de ella, no sólo en la lucha y los momentos difíciles, sino en el tratamiento fraternal entre compañeros, incluso cuando surjan divergencias fuertes. Entonces, de lo que se trata es de asimilar creativamente las diversas experiencias militantes y tratar de superarlas para poder avanzar hacia un nuevo tipo de militancia que rompa con tres visiones: la del activismo de tiempo libre; la de la participación en reuniones para hacer catarsis personal; la de una especie de voluntariado caritativo. Un viejo dirigente de la izquierda, Hernán Laborde (que fue secretario general del Partido Comunista Mexicano, expulsado del mismo, entre otras cosas por oponerse al asesinato de Trotsky, y que fue tan militante que siguió reclutando militantes luego de ser expulsado), escribió: "Necesitamos un partido de hierro y tenemos uno de algodón". Hoy, tal vez habría que plantear que necesitamos una militancia no tan rígida como el hierro, ni tan blanda como el algodón, sino que sea, digamos, de aluminio (metal de alta resistencia, pero flexible y ligero) para actuar con firmeza pero adaptándonos a las necesidades de la lucha. Raúl Yépez Serna [Tiburón3] Tel Casa. 8368 89 08 Tel Oficina 8389 21 21 ext 3629 web.page: www.yepez.blogspot.com _________________________________________________________________ Find a cheaper internet access deal - choose one to suit you. http://www.msn.co.uk/internetaccess _______________________________________________ Nettime-lat mailing list Nettime-lat@nettime.org http://amsterdam.nettime.org/cgi-bin/mailman/listinfo/nettime-lat